lunes, 1 de octubre de 2012

El Hombre del sudario...

Os hago a vosotros esta revelación y después al mundo, ¡porque llegará el tiempo en el cual todos convendrán sobre la verdad del Hombre del sudario!
¡Y Yo, Jesús, soy el hombre del Sudario!
Envuelto en el lienzo, Mi cuerpo: un cuerpo humano puesto que soy verdadero hombre y, al mismo tiempo, divino, porque soy Aquel que es. ¡Nacido a través de un rayo de luz: fui luz a través del cuerpo de Mi Madre, para ser la luz del mundo, del universo! ¡Luz de Luz, DIOS de DIOS!
Envuelto en el lienzo, Mi Cuerpo irradió luz, luz en el último suspiro, luz para el mundo y para el universo.
Esta luz sobrenatural, que es la luz del Pensamiento de Nuestro Padre, que es Mi luz, puesto que Yo existo en la Trinidad, y que es la luz de Nuestro Espíritu, quedó impresa en el lienzo, para que en el tiempo, y este tiempo está próximo, la humanidad pudiera conocer Mi verdadero rostro, y el momento ha sido elegido: ¡es el momento en que es la ciencia, la que quiere constatar, es la soberbia la que quiere hacer saber, es el hombre que cree poder hacerlo todo!
¡Y entonces, Mi rostro, y entonces el milagro de Mi rostro!


Y Mi voz, que habla a los espíritus y dice en verdad: nadie puede hacer las cosas que hace DIOS, el hombre es pequeño, DIOS, Inmenso, el hombre es pequeño pero amado inmensamente por DIOS: he aquí un regalo para vosotros, criaturas, un regalo para una época difícil, para testimoniar más aun la Verdad: ¡Yo, Jesús, soy DIOS, y el sudario lo demuestra materialmente!
¡He elegido un momento en el cual el hombre a través de pruebas evidentes, reconoce la Verdad y todavía amor... y todavía misericordia!
¡Mi rostro, dejado en imagen para vosotros y para los que vendrán después, es otro acto de misericordia!
Cuando el alma se libera del cuerpo, luego de la prueba terrena, llega envuelta en luz, admite sus pecados y goza de esta luz: ¡la luz de Nosotros Trinidad!
El hombre nace de una manera distinta de la que nací Yo, Jesús, en la tierra, y entonces llega después, el alma liberada del cuerpo, a ser envuelta en luz; mientras que Yo, como DIOS, la Luz del mundo y del universo, he enviado Mi luz que, unida a la luz del Padre y al mismo tiempo, es la misma luz, y la luz del Padre inundó Mi luz y dejó una huella luminosa sobre el lienzo, que imprimió Mis rasgos, que imprimió mis heridas: signo del amor y de la Misericordia de Nuestro Padre que me envió a la tierra por vosotros, y dejó de Mí una imagen para vosotros, el último acto de Su Misericordia a fin de que se Me reconozca, para que, conociéndome, muchos se salven.

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