viernes, 19 de octubre de 2012

Bienaventurados vosotros, que habéis creído en lo que ahora os he dicho...

Desde la montaña he anunciado a la humanidad las más sentidas palabras de esperanza sobre el dolor del mundo. Dolor que sublima, que santifica, que hace que me busquen a mí y al Padre, después de un tiempo de protesta y rebelión; dolor maestro del espíritu, que después ayudará a comprender el dolor de los demás.
Ahora, después de siglos, aún me dirijo a vosotros, con estas nuevas palabras antiguas. A vosotros, que creéis en estas palabras, a vosotros que me escucháis, en verdad os digo todavía: “Bienaventurados.”
Bienaventurados en la nostalgia de los que habéis perdido; bienaventurados por las lágrimas ocultas, vosotros, que sufriendo sabéis sonreír. Bienaventurados, los que sufrís, porque en el Reino seréis fuertes y felices. Bienaventurados, los que no veis, pero tenéis los ojos espirituales bien abiertos. Bienaventurados, los que escucháis con el alma y sois limpios de corazón. Bienaventurados, todos vosotros, los que habéis sufrido, porque vuestro sufrimiento es riqueza dada por mí, dispensada por el Padre.
Vosotros no la querríais, querríais la felicidad, la riqueza, la salud, la vida de vuestros seres queridos, cercanos a vosotros, no añorados…Querríais todo lo que después tendréis. Bienaventurados vosotros, que pasaréis por la puerta estrecha, y al otro lado de ella me encontraréis a mí, a mi Madre, a vuestros seres queridos, al sol.
Los ciegos verán cosas maravillosas; los sordos oirán música maravillosa… y pobres de vosotros, los egoístas, en medio de vuestro bienestar, vosotros que miráis con compasión al que sufre, sin aliviar un poco su sufrimiento… Bienaventurados vosotros, que os sacrificáis, que sois santos, porque no sabéis que lo sois; vosotros que sois los más ricos, porque aceptáis con serenidad las pruebas. Bienaventurados vosotros, porque poseeréis mi Reino. Tras aquella puerta encontraréis a los ángeles. Ellos son criaturas reales, que os han acompañado en el dolor y apoyado en el sacrificio y en la nostalgia, y han recogido vuestras lágrimas ocultas. Bienaventurados vosotros, que aun en el dolor habéis sido generosos con los que sufrían como vosotros. Bienaventurados vosotros, que compartisteis con los demás vuestro único pan. Bienaventurados vosotros, que hacéis la caridad para con las almas con trabajo y sacrificio. Me defendéis, y se burlan de vosotros. ¡Bienaventurados!
Bienaventurados los mansos, los puros, los pobres en el espíritu y en la realidad, los justos, los perseguidos, los que sufren…El Reino es vuestro; allí os esperan y, una vez llegados, encontraréis lo que no habéis tenido en la tierra, lo que habéis perdido en la tierra, porque habéis llorado. Será reconocida cada una de vuestras obras de amor; los ángeles os llevarán las lágrimas que habéis ocultado, y se convertirán en perlas.
Mantengo, ante mi Padre, cada una de las promesas. Os espero, la puerta está abierta, el sol alto para vosotros; ahora, en el tiempo, en la tierra, estad serenos, porque es grande la felicidad que os espera, y esta certeza no puede por menos de daros serenidad.
Ésta es la fe, ésta es la confianza, ésta es la religión vivida. Bienaventurados vosotros, que habéis creído en lo que ahora os he dicho.
En lo alto de los cielos, un Reino de felicidad, donde no existe más que la belleza, donde nada puede perturbar, y los temores se acaban., donde, unidos entre vosotros, nunca más os separaréis, donde no existen las lágrimas, a no ser las derramadas por la felicidad y la exaltación. Un Reino todo para vosotros, bienaventurados.

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