No estáis nunca solos. Los vivientes os miran, os
siguen, os aman más que antes, porque su amor está sublimado.
En aquel tiempo fui llamado a una familia, donde un
niño estaba muriendo…
“Maestro, tú has resucit ado
a la hija del centurión… Haz algo por mi hijo…” Hablé al niño, muerto un poco
antes: “Despiértate y elige: o la vida celeste o esta pequeña vida.”
“Maestro, en el momento en que he cerrado los ojos he
visto mucha luz, muchos colores, y he sentido mucha felicidad, hasta ahora
desconocida e inimaginada….” Cerró los ojos. Había elegido la vida celestial.
“Mujer, no llores a tu hijo, porque es muy feliz….”
Y esto os digo a vosotros, que no sabéis conocer los
misterios, pero debéis estar seguros de que cada cosa querida o permit ida por mí para vosotros es para un bien mayor.
Los vivientes viven conmigo, viven con mi Mad re y con los ángeles, y al mismo tiempo viven
junto a vosotros. Dejad siempre el mejor puesto en vuestro corazón para mí y
para ellos. Nosotros entramos.
Cuando llamé a Lázaro a la vida, no fue para Lázaro
aquel milagro, sino para que el mundo supiera que soy el Hijo de Dios, Dios de
Dios.
Los milagros son para dar la fe, aunque parezca que
dan la vida, pero la del espírit u.
La vida en la que todo ha sido creado para la felicidad humana. Al volver de
aquella casa, los Apóstoles me preguntaron si había resucit ado
aquel niño que ellos sabían muerto…
“Juan, Simón, Andrés…, aquel niño ha tenido un
milagro más grande: ha elegido la Vida Celestial, porque se le ha concedido…”
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