Hay quien conoce la alegría del perdón, y
también quienes conocen la alegría, poco sana, de la venganza. Rezar es también
saber perdonar... Injusticias, ofensas recibidas, traiciones... Perdonar es
vivir el amor más difícil, que es el amor que produce los méritos. Es fácil
amar a quien os ama, es fácil amar a nuestros seres queridos.
Sin embargo, si sólo los amáis a ellos,
no vivís el amor, sino el egoísmo.
Y, sin embargo, os pido el amor difícil,
el que os produce méritos, como el que yo viví en la cruz ¡Padre perdónalos!.
El perdonar es como el sufrimiento: una oración sublime. Unido al Padre, me
gusta escuchar vuestras oraciones, las
más sublimes: el dolor aceptado, el saber perdonar, el no tener rencor, el no
ser envidioso... Oraciones con sentimiento: coloquios silenciosos entre vuestra
alma y mi escucha. Presento a mi Padre vuestros buenos sentimientos: “¡Padre,
escúchalos!” Para llegar al Padre pasáis por mí, que fui hombre y he vivido el
sufrimiento humano. En la cruz con mi sufrimiento he rezado por la humanidad
entera. Y he cargado sobre mí todos los sufrimientos, también las lágrimas
escondidas. ¡Perdonad! Perdonad cuando recibís un desaire, una injuria, una
traición. Vosotros no sabéis por qué os han hecho mal los que os lo hacen.
Tratad de comprenderlo para compadecerlos. Y además, ¿estáis ciertos de no ser
responsable de lo que padecéis? ¡Rezar es también custodiar el alma ante mí! Os
miráis dentro mientras abrís el alma ante mí. Y yo os miro dentro y en mí encontráis
la paz, la fuerza, la confianza, porque sabéis que yo sé perdonar. La oración,
en sus varias formas, es siempre abrir el alma ante mí, ante mi Madre, y
también el coloquio silencioso, íntimo con los que amáis y os han precedido en
el reino. Con ellos vivís los recuerdos en la espera de vivir otras horas maravillosas
de vida en la verdad.
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