¡Mis criaturas!
¡Vosotros que me tenéis en el alma sois verdaderamente mis hermanos, porque Yo, Jesús, he instituido los
sacramentos para vosotros!
Y los sacramentos alimentan el alma, la dejan abierta a Mi voz, la
fortalecen. ¡No son un mero acto, un gesto, o una tradición!
Cuando estáis en gracia, verdaderamente en gracia, o sea sin pecados,
y os acercáis al altar para alimentaros con Mi cuerpo y Mi sangre, Yo, allí
presente, vivo, Hijo del DIOS vivo que da vida a los mundos y a los Cielos, os
miro como os contemplé desde la
Cruz , y cuando entra físicamente
en vosotros Mi cuerpo y Mi sangre: he ahí: también la hermandad de sangre, porque la Mía circula con la vuestra.
Comprended entonces la importancia de lo que dije antes y ahora
repito: ¡Los sacramentos alimentan el
alma! ¡No son actos o tradiciones!
La penitencia, o bien, la
confesión es decirme a Mí lo que no consideráis justo en vuestro modo de pensar
y obrar.
Decidme abiertamente lo que os hace sentir culpables, debéis abrir
vuestra alma y... hablarme a través de uno de Mis ministros que, en esos
momentos escucha por Mí lo que vosotros confesáis.
Muchos de vosotros dicen que pueden igual y directamente hablarme a
Mí.
Ciertamente podéis hablarme a Mí, ¡soy el Rabí! Sin embargo, en ese
hablar está el amor por Mí, la confidencia. Eso es oración y Yo la escucho pero
no es un sacramento puesto que los sacramentos solamente Mis ministros pueden
administrarlos: para esto sirven a la Iglesia.
¡Y, vosotros no digáis que no os gusta hablarle a un hombre como
vosotros!
No es como vosotros el confesor cuando os
escucha porque me remite a Mí vuestras culpas, ¡entonces no debéis juzgarlo, ni
mirar quién es!
¡Es un ministro Mío, como cualquier otro ministro Mío, que me ha
entregado su vida terrena, que se ha consagrado a Mí!
De su alma, Yo Me ocupo, Yo sé, vosotros miradlos siempre con afecto
fraterno, con amor filial: el juicio me corresponde a Mí y a Nuestro Padre, a
vosotros no debe importaros lo que ellos hacen a veces: miradlos como mediadores, porque
Me sirven y os sirven, puesto que la Iglesia soy Yo, Jesús, y sois todos vosotros.
¡Mis criaturas! Hermanos que tenéis Mi sangre: ¡el Único cuerpo por el
que corre la misma sangre! Y Mi sangre da vida a vuestra vida espiritual: Yo
vine a la tierra materialmente, hombre como vosotros; Yo vine como DIOS a la
tierra, hice milagros y he resucitado como ninguno de vosotros, aunque
resucitaréis con el alma y viviréis, no resucitaréis con el cuerpo ved: Mi resurrección demuestra que soy
verdadero DIOS.
¡Criaturas Mías, hermanos, permaneced en gracia, vivid en la tierra
orientados hacia esa meta!
¡Yo, el Rabí, soy vuestra meta! ¡Y el mundo maravilloso es vuestra
meta! Allá todos reunidos en amor, todos verdaderamente hermanos, viviréis de
verdad si Me hubiereis escuchado y seguido en la tierra.
Y entonces, criaturas Mías, resucitaréis y tendréis un cuerpo de
gloria al tiempo del juicio.
Ahora, al tiempo del juicio personal, tendréis un cuerpo de luz puesto
que Yo, Jesús, el Hombre DIOS, ¡soy el único resucitado entre la vida terrena y
la vida eterna!
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