Muy presto te
ocupará este negocio, por eso debes mirar cómo vives. Hoy es el hombre, y
mañana no parece. En quitándolo de la vista, se borra presto también de la
memoria. ¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo
presente, sin cuidarse de lo venidero! Así deberías conducirte en toda acción y
pensamiento, como si luego hubiese de morir. Si tuviese buena conciencia, no
temerías mucho la muerte. Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.
Si hoy no estás preparado, ¿cómo lo estarás mañana? El día de mañana es
incierto, ¿y sabes tú si amanecerás a otro día?
¿Qué aprovecha
vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos? La larga vida no siempre corrige,
antes muchas veces añade pecados. ¡Ojalá hubiésemos vivido siquiera un día bien
en este mundo! Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es
poco el fruto de la enmienda. Si es temible el morir, acaso sea más peligroso
el vivir mucho. Bienaventurado el que tiene siempre presente la hora de la
muerte, y se prepara cada día a morir. Si viste morir a alguno, piensa que por
aquel camino has de pasar.
En la mañana
piensa que no llegarás a la noche, y cuando llegue ésta no te prometas la
mañana. Por eso está siempre dispuesto, y vive de tal manera que nunca te halle
la muerte desapercibido. Muchos mueren de repente, porque en la hora que no se
piensa vendrá el Hijo del Hombre. Cuando viniere aquella hora postrera, muy de
otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada, y te dolerás mucho por
haber sido tan negligente y perezoso.
¡Cuán feliz y
prudente es el que vive de tal modo, cual desea le halle Dios en la hora de la
muerte! Porque el absoluto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar
en las virtudes, el amor a la disciplina, el trabajo de la penitencia, la
prontitud de la obediencia, el renunciarse a sí mismo, la paciencia en toda
adversidad por amor de nuestro Señor Jesucristo, gran confianza le darán de
morir felizmente. Mucho bueno podrás obrar cuando estás sano, mas cuando
enfermo no sé qué podrás. Pocos se enmiendan con la enfermedad; y los que hacen
muchas romerías, pocas veces son santificados.
No confíes en
amigo y allegados, ni dilates en asegurar tu salvación para lo porvenir, porque
más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres. Mejor es ahora
con tiempo prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el
auxilio de otros. Si no eres solícito para ti ahora, ¿quién cuidará de ti
después? Ahora es el tiempo precioso, ahora son los días de salud, ahora es el
tiempo agradable, pero ¡oh dolor! que los gasta sin aprovecharte, pudiendo en
él ganar la vida eterna. Vendrá tiempo en que desearás un día, o una hora para
enmendarte, y no sé si te será concedida.
¡Oh carísimo
hermano, de cuántos peligros te podría librar, y de cuán grave espanto salir,
si siempre estuviese temeroso y receloso de la muerte! Trata ahora de vivir de
modo, que en la hora de la muerte puedas antes alegrarte que temer. Aprende
ahora a morir al mundo, para que después comiences a vivir con Cristo. Aprende
ahora a despreciar todas las cosas, para que entonces puedas ir libremente a
él. Castiga ahora con paciencia tu cuerpo, para que entonces puedas tener
segura confianza.
¡Oh loco! ¿Por
qué pensar vivir mucho, no teniendo un día seguro? ¡Cuántos han sido engañados
y apartados del cuerpo cuando no lo pensaban! ¡Cuántas veces oíste contar que
uno murió a puñaladas, otro se ahogó, otro cayó de alto y se rompió la cabeza,
otro comiendo se quedó yerto, a otro jugando le llegó su fin; uno murió con
fuego, otro con hierro, otro de peste, otro a mano de ladrones! pues la muerte
es el fin de todos, y la vida de los hombres se pasa súbitamente como sombra.
¿Quién se
acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto? Ahora, hermano, haz lo
que pudieres, que no sabes cuándo morirás, ni lo que será de ti después de la
muerte. Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales, no pienses sino
en tu salvación, y cuida solamente de las cosas de Dios. Hazte amigos de entre
los Santos, honrándolos e imitando sus obras, para que cuando salieres de esta
vida, te reciban en las moradas eternas.
Trátate como
huésped y peregrino sobre la tierra, a quien no le va nada en los negocios del
mundo. Guarda tu corazón libre y elevado a Dios, porque aquí no tienes ciudad
permanente. Dirige allí diariamente tus oraciones, tus gemidos y tus lágrimas,
porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor.
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