¡Y vendrán días tristes y días de terror!
Para los hombres incrédulos, así creerán.
El que cree no tiene miedo, ¡el que cree ya está fuera de todo lo que
pasa! En verdad os digo que, para el hombre, lograr creer hasta el punto de
vivir apartado de la tierra, ya es señal de santidad.
La santidad es muy distinta vista desde lo Alto, ya que un ser que
puede parecer no bueno, no paciente, no penitente, puede ser mejor que cuanto
aparenta otro que basa su Fe y su Religión en su miedo hacia Mí.
Yo amo a quien Me ama, no a quien Me teme.
Para llegar a amarme es necesario atravesar los caminos más difíciles,
que son el sufrimiento y el dolor.
En el dolor y el sufrimiento el hombre se rebela contra Mí, pero Yo,
estando siempre en su corazón, aguardo en un rinconcito oscuro de ese corazón
el instante en que la rebelión se transforma, primero en aceptación y luego en
amor por Mí.
Porque Yo voy al encuentro del que sufre, aun en rebeldía, y consigo
siempre traer al que sufre entre Mis consoladores brazos; entonces, hablo al
corazón doliente y le hago Mis promesas de una alegría futura.
Aquellas promesas Yo las mantengo.
Yo no digo palabras inútiles, no digo más que las cosas que mantendré,
Yo no hablo sino después de haber mirado en el rincón más oscuro de los
corazones.
Vosotros habéis llegado hasta Mí porque he mirado en vuestros
corazones.
Nunca más estaréis solos.
Los hombres que viven Conmigo nunca tendrán necesidad de vosotros para
vivir después en Mí
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