La vida que pasa y se escurre como arena entre los dedos, y cada día os
quita un día, consideradla tal cual es: camino–pasaje hacia la verdadera casa,
navegación hacia el puerto.
Sin embargo Yo, cercano a vosotros y en vosotros, y vuestros seres más
queridos que están ya más allá del camino, en casa (la casa del Padre), os
miramos y seguimos a lo largo de vuestra peregrinación hacia la meta, ¡allá
donde todo será alegría, serenidad de espíritu y Gloria! Os observamos vivir
vuestra primera vida, y Yo que estoy en vosotros sé todo de vosotros, desde los
grandes hasta los más pequeños sentimientos, y me intereso por cada cosa. Sé de
vuestros gustos, de las flores más estimadas... de vuestras preferencias sobre
cada cosa.
Todas estas cosas materiales os han sido dadas para ser utilizadas
adecuadamente y para daros pequeñas alegrías, para distraeros y para que Me
halléis siempre en cada cosa: una puesta de sol, una flor o también un
alimento.
Todo os lo doy Yo y todo Me lo debéis.
Me encontráis en todas las cosas, pero donde más Me gusta ser encontrado
es ante un Altar, en la dulce luz dorada que os aporta la irrealidad de Mi
realidad.
En el Sagrario, ante Mi Cuerpo y Mi Sangre. Allí os espero, allá quiero
siempre de vosotros un pensamiento, y un saludo y una plegaria.
No importa si la plegaria es silenciosa o en alta voz, no importa si es
súplica o protesta, ¡lo que Yo quiero es el diálogo!
Cuando escucho los corazones que le hablan al Mío, allí Mi corazón se
abre, se hace vuestro y os recibe.
Os espero siempre ante un Altar y, en el silencio de una iglesia
desierta os reconozco, uno por uno, desde siempre.
Del mismo modo que os reconozco uno por uno en las iglesias plenas de
luz durante una ceremonia.
La iglesia es Mi casa terrenal.
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