sábado, 15 de octubre de 2011

La Oración...


En la oración no es el ruido lo que cuenta, sino el sentimiento.
La oración tiene valor según el cómo y el cuánto se siente. Cada palabra de la oración, pronunciada en alta voz, tiene valor si va acompañada del sentimiento. Sin embargo, Yo prefiero la oración silenciosa, el coloquio secreto entre vuestra alma y mi escucha.



No sólo es oración la hecha con palabras. Es oración la caridad, es oración el perdón... 
Mi Madre ama el rosario. También el rosario puede ser, y es, un ramo de rosas para María, o más bien gestos de amor y meditación, actos de caridad y oferta de sí mismos.
En el Padre, Yo escucho vuestros sentimientos, aun antes de escuchar vuestras palabras. 
En una noche de luna, enseñé a los apóstoles la oración que desde hace siglos va dirigida al Padre. En esta oración hay alabanza, gloria y súplica. Pero, si con sentimiento verdadero y profundo me decís, o decís al Padre que está en mí y Yo en él, una sola palabra, Yo acojo en el Padre la intensidad de vuestro sentimiento. Lo que cuenta es la intensidad del amor, no lo extenso del amor.
Confiándoos a mí o al Padre, o a través del dulce trámite de María o invocando a un santo, es siempre acogida, siempre escuchada, y, si no es oída, es porque Yo sé que lo que habéis pedido no es un bien. La oración que glorifica es adoración.
Yo, en el Padre, me ocupo de vosotros, de vuestro futuro, de vuestro presente, y sobre todo de vuestras almas. En el silencio de vuestro espíritu escucho el coloquio entre vosotros y Yo, y escucho al Padre: “Padre nuestro, que estás en los cielos….”
Él, en su persona y en su luz os envuelve, y en la oración os estrecha a sí.

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