En la oración no es el ruido lo que cuenta, sino el
sentimiento.
La oración tiene valor según el cómo y el cuánto se
siente. Cada palabra de la oración, pronunciada en alta voz, tiene valor si va
acompañada del sentimiento. Sin embargo, Yo prefiero la oración silenciosa, el
coloquio secreto entre vuestra alma y mi escucha.
No sólo es oración la hecha con palabras. Es oración
la caridad, es oración el perdón...
Mi Mad re
ama el rosario. También el rosario puede ser, y es, un ramo de rosas para
María, o más bien gestos de amor y medit ación,
actos de caridad y oferta de sí mismos.
En el Padre, Yo escucho vuestros sentimientos, aun
antes de escuchar vuestras palabras.
En una noche de luna, enseñé a los apóstoles la
oración que desde hace siglos va dirigida al Padre. En esta oración hay
alabanza, gloria y súplica. Pero, si con sentimiento verdadero y profundo me
decís, o decís al Padre que está en mí y Yo en él, una sola palabra, Yo acojo
en el Padre la intensidad de vuestro sentimiento. Lo que cuenta es la
intensidad del amor, no lo extenso del amor.
Confiándoos a mí o al Padre, o a través
del dulce trámit e de María o
invocando a un santo, es siempre acogida, siempre escuchada, y, si no es oída,
es porque Yo sé que lo que habéis pedido no es un bien. La oración que
glorifica es adoración.
Yo, en el Padre, me ocupo de vosotros, de vuestro
futuro, de vuestro presente, y sobre todo de vuestras almas. En el silencio de
vuestro espírit u escucho el coloquio
entre vosotros y Yo, y escucho al Padre: “Padre nuestro, que estás en los
cielos….”
Él, en su
persona y en su luz os envuelve, y en la oración os estrecha a sí.
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