Una vez más repito, para quien no lo hubiese entendido, el valor y la importancia de la oración: no valen las palabras, sino los sentimientos; los que hablan y hablan por costumbre o por superstición no dicen nada a mi corazón.
Los que se vanaglorían de sus oraciones no rezan: se ensalzan y basta.
Los que se reúnen en grupos para rezar rosarios tienen que saber que yo miro los sentimientos, no las actitudes
Y vosotros, que rezáis en el silencio de vuestro yo, con confianza, con fe. vosotros sois escuchados. Y siempre con el espíritu, porque las cosas del mundo pasan... Las cosas del mundo las tenéis prestadas como medios para venir a mí. A veces sucede un milagro para demostrar que yo existo, que el Padre existe; sin embargo, lo que os trae dolor sucede porque ha sido escrito en el libro de vuestra vida.
La oración es el contacto con Dios según la propia voluntad, cuando pensáis en el Padre, en mí, en el Espíritu, en mi Madre, en vuestros seres queridos y en los ángeles. Ellos os ponen en contacto conmigo, aunque yo estoy siempre con vosotros, porque mi Espíritu está con vosotros: yo, Espíritu Consolador.
Esta unión, querida por vosotros que, libremente, podéis o no queréis pensar en mí, constituye un coloquio mudo y perseverante, siendo yo parte de vuestros pensamientos y de vuestra vida. Teniéndome presente, os será más fácil amar y también sufrir, porque en el dolor tendréis mi consuelo y la esperanza.
Venid a mí vosotros afligidos, desilusionados y cansados...
Posad vuestra cabeza sobre mis espaldas. Confiad en mí y, cuando todo os parezca perdido, sabed que no vivís una sola vida, la terrena, sino que viviréis otra infinita donde todo y todos podréis encontraros para siempre: Os daréis cuenta entonces de que todo lo que os sucede en la tierra es pasajero: vuestra verdadera casa, vuestra verdadera vida estará en el mundo feliz, mientras tanto os vais preparando y vivís vuestra vigilia.
Los que os han precedido en aquel mundo van preparando grandes festejos para aquel día. “Por fin estás aquí, amor mío; ven, empieza la vida para ti”. “Mamá, mírame, soy como cuando te dejé”. “Te llevo a la nueva casa... hay tantas flores para ti...”
Cuántas veces, a lo largo de los siglos, he oído a los hombres estas palabras y otras similares... En los siglos, más allá de los siglos y más allá del tiempo la vida que vuelve, las lágrimas que terminan, desaparecen las ansias. Juntos y para siempre.
Sin embargo, ¡cuántas veces he temido que no fueran verdaderas estas promesas!... Juntos de nuevo y para siempre. Por eso es importante la oración para el espíritu, para que permanezca puro o se transforme en puro, se enriquezca con las obras de caridad, con el dolor.
Orar es pensar en Dios, tenerlo en el corazón
Orar como sabéis, como os es más connatural... Con el sentimiento, reconociéndome en el rostro de los hermanos, con la fe, buscando en vosotros mi cruz y vuestra esperanza... Rezad con la caridad, con la paciencia, con el ofrecimiento de vuestros dolores. No es fácil aceptar el dolor y, sufriéndolo me lo ofrecéis para que nunca se pierda: es la oración más sublime.
Os resistís a aceptarlo cuando es profundo: sois humanos y tenéis sentimiento, dádmelo a mí y sufriré con vosotros. Con vosotros por encima del tiempo, en cada tiempo...
Y vosotros, por encima del tiempo, con vuestro dolor habéis llevado conmigo aquel peso y unidos hemos rezado el Padre nuestro.
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