martes, 9 de abril de 2013

¿Comprendes el sentido de la Oración...?


La oración, para muchos, no ha sido todavía comprendida en su verdadera esencia; otros creen que es más eficaz la duración de la oración que el sentimiento; otros creen que la oración consiste en pedir.
Yo, en el Padre, conozco vuestros deseos, vuestras inquietudes, vuestro fermento, vuestros dolores… Vuestros dolores son dones que elevan el espíritu, y que vosotros no podéis comprender. A pesar de todo, si queréis, si lo conseguís, si podéis, alegraos por vuestros dolores. Si podéis. La oración que prefiero de vosotros es el ofrecimiento de vuestras buenas obras, es el sentimiento de amor hacia el prójimo en mí, es dar de sí mismos al mundo, es pensar en Dios.
Es pensar en mí, Hijo de Dios; es pensar en mi Madre y en los ángeles, en los santos, como intermediarios; es pensar en vuestros seres queridos, vivos en mí, que son vuestros santos.



La oración debe ser sentida en el corazón, intensa, aunque sea breve, porque si es larga y en voz alta es vacía. Una parte de la oración “puede” ser más o menos sentida, otra parte; la oración-amor “debe” ser sentida. Orad en silencio, en lo escondido. Y si queréis servir de ejemplo, sedlo con las obras, porque si lo queréis ser sólo con la oración, no vale, a menos que después viváis en consecuencia. La oración es pensar en mí, amarme y dar gloria a nuestro Padre. Vosotros, que oráis por largo tiempo ¿estáis seguros de estar en la verdad? ¿Creéis ser mejores que los demás porque rezáis más tiempo que los otros? Vosotros, que rezáis en silencio y humildad, y quizá sentís culpa porque creéis que oráis menos que los demás, no sabéis qué aceptada es vuestra oración porque está hecha con humildad. El que cree estar en la verdad, con frecuencia se equivoca por la excesiva seguridad en sí mismo. El que teme no estar en la verdad, no se equivoca nunca, porque la humildad lo defiende. Sabéis que lo que tenéis es un don nuestro, por consiguiente, no os jactéis de cómo sois, sino de cómo seríais si reconocierais vuestros dones, admitiendo que son míos.
“Te agradezco, oh Dios, porque no soy como los demás hombre, ladrones, injustos, adúlteros.”
¿Cómo podéis juzgar a los demás hombres? No conocéis las circunstancias que lo han llevado a ser pecadores; y vosotros ¿qué habríais hecho en semejantes circunstancias? La humildad es la virtud de los grandes, un don que debéis acrecentar, como todo don recibido.
“Maestro ¿por qué no debo enorgullecerme de un acto de caridad hecho porque mi corazón es generoso?” – “Andrés, el corazón te ha sido dado; nada es tuyo y no puedes ser orgulloso; debes sólo acrecentar en ti la generosidad, que nunca es demasiada, que tan difícil es vivirla…” – “¿Y la humildad?” – “La humildad es comprender que lo que eres te ha sido dado. Tienes el deber y la libertad de usar bien de ella.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario