domingo, 26 de febrero de 2012

No podéis servir a dos señores...


No podéis servir a dos señores. O estáis conmigo y servís a la caridad, servís conmigo a la fe y aceptáis el dolor; o estáis alejados de mí y os servís a vosotros mismos, vuestro egoísmo, amando y viviendo para las cosas materiales. Si estáis conmigo y aceptáis el dolor; y estáis seguros de que vuestras penas alivian un poco mi pena, estaréis serenos, y sabréis que seréis felices. Si servís a las cosas del mundo y a vosotros mismos, nunca estaréis en paz, porque tendréis muchos temores. Si tenéis mucha felicidad terrena, deberíais temer por la felicidad celestial. Cuando sufrís, sabéis que acumuláis tesoros, que encontraréis en el Reino. Mirad mi sendero. Es el más pendiente, pero sabed que, una vez en la cima, encontraréis la puerta estrecha, y entraréis. Estad desprendidos de las cosas que tenéis sólo para uso, y que tendréis que dejar. Estad unidos a mí, y vivid según mi espíritu. No podéis acumular dinero sólo para vosotros, sino que, si tenéis mucho dinero, sabed que es también para el que no lo tiene.
Caridad es amor. El rico, que esté dispuesto a dar; el pobre, que esté lleno de gratitud, y acepte la pobreza que lo eleva; el sano, que ayude al que sufre en el cuerpo; el que sufre, que ofrezca su sufrimiento por el bien de los demás, sublime plegaria que salva las almas… Todo lo que nos es dado, es gracia: dolor, paz, pruebas… Todo el bien que hacéis, retorna a vosotros, porque todo lo material se desvanece, pero las cosas del espíritu dejan su señal perenne. No temáis nada, pues cada cosa es para un bien mayor. Todo viene del Padre y de mí, unidos en el Espíritu.
Perseverad en vigilante espera de todo lo que os está destinado. Para todos hay un mundo nuevo. Vivid cada día, hora tras hora, en paz, porque me servís con serenidad, porque amáis en mí, conscientes de aquello que vale y de lo que no vale; y gozad de las pequeñas cosas que usáis, pensando en lo que serán las grandes cosas que poseeréis. Vosotros, que os apegáis a las cosas materiales ¿dónde pensáis ir? ¿Dónde querríais esconderlas? ¿Por qué no queréis deshaceros de ellas? ¿Por qué guardáis todo para vosotros? Vosotros no vivís para aquel día; vivís con ansia, porque no os detenéis nunca. Paraos ahora para escucharme. No os habla un hombre; os hablo Yo, Dios de Dios, con voz humana, para transmitirlo al alma. Un milagro también para vosotros, especialmente para vosotros, que no me servís…
Me serviréis, me amaréis. He venido a indicar un nuevo camino.

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